Después
de haber leído mi última publicación es muy probable, y más aún para los que no
juegan al fútbol o que no tienen una relación directa con el fútbol femenino,
que se estén preguntando ¿pero, qué tiene esta mina con el fútbol? ¿Por qué se
apasiona tanto por un deporte que aún siendo el más popular del mundo, al fin y
al cabo es un deporte cualquiera?
Podría decirte que es por la competencia, esa
adrenalina que surge cuando salís a la cancha, saludás al rival y esperás
ansiosamente a que el árbitro señale el comienzo del partido, esa emoción que
se apodera de vos que sigue una atajada espectacular en que dejás en silencio a
la hinchada rival que había empezado a gritar el gol un poco temprano, esa
sensación de alegría total después de ganar un campeonato, un clásico, un
partido peleado. Podría decirte que es por las enseñanzas de vida que el fútbol
te otorga como el trabajo, la dedicación, la salud corporal, la puntualidad, la
paciencia y el esfuerzo puro. Hasta podría decirte que es por el reconocimiento
que viene de ser mujer deportista pero ahí ya te darías cuenta de que te
estaría mintiendo.
No digo que esos motivos no sean válidos ni que no
sean una parte importante de mi amor al fútbol, pero ninguno de ellos es la
razón principal—reconozco que el amor a veces no entra en la razón, pero a
veces sí, como en este caso. Si mi amor al fútbol fuera por las razones que
mencioné arriba, hubiera dejado de jugar hace muchos años, capaz no hubiera
terminado de jugar mis cuatro años en la universidad. No, si fuera por eso,
seguramente no estaría escribiendo este blog, viviendo en la Argentina y
jugando en River Plate, estaría estudiando medicina en alguna facultad de los
EEUU, lo cual tal vez hubieran preferido mis viejos... pero eso es otra
historia... ¿Por qué digo todo esto?
Este fin de semana me vino a visitar mi mejor amiga,
otra jugadora que, como yo, todavía no está lista para dejar el fútbol. Nos
conocimos en mi primera universidad, University of South Florida, donde estudié
dos años antes de cambiar de universidades para terminar mi licenciatura en
Rice University (no, no está nombrada por la comida sino por el hombre que la
fundó). No fuimos amigas desde el principio, tardamos un poco en darnos cuenta
de que teníamos un montón en común—nuestra fe, la manera de pensar, objetivos,
valores, humor (bueno, eso me gustaría creer pero la realidad es que ella es
mil veces más graciosa que yo), dentro de muchas otras cosas, pero en la cancha
el asunto era otro. Ella jugaba de titular en el mediocampo, fue nombrada
capitana después de estar solamente cuatro meses en el equipo, fue figura
constante durante sus cuatro temporadas mientras que yo tuve un lugar mucho más
marginado como arquera suplente durante mi tiempo ahí. Sin embargo, nos hicimos
amigas y desde entonces, a pesar de los años que pasan, los kilómetros, océanos
y continentes que nos separan, nuestra amistad sigue creciendo. Cuando nos
juntamos, como pasó este fin de semana, es como si no nos hubiéramos separado
nunca, y ya han transcurrido casi dos años desde la última vez que nos vimos.
La considero una hermana, una bendición de Dios, estamos unidas por una
relación estrecha y la cual, estoy segura, durará toda la vida; una relación
que surgió gracias al fútbol y a pesar de las diferencias entre nuestras
carreras futbolísticas universitarias.
Bueno, todo esto por decir que, para mí, el fútbol
es especial sobre todo por las relaciones que genera. Nombro a esta amiga como
un ejemplo, pero te podría contar de cualquier cantidad de otras amistades y
relaciones futboleras que me han influenciado y moldeado de alguna forma.
Me acuerdo de cómo boludeaba y jugaba con mis
compañeras del equipo de secundario.
Pienso cómo en Rice, a pesar de haber sido los
peores dos años futbolísticos de mi vida, conocí a amigos, profesores y
mentores que me inspiraron, me desafiaron, me quisieron y que hasta hoy lo
siguen haciendo.
Recuerdo claramente cuando el avión despegó en el
aeropuerto internacional de Buenos Aires en 2011, alejándome de mi segunda experiencia
de entrenamiento con la Selección Argentina Femenina. Veo como si fuera hoy cómo
se me caían las lágrimas, no por la tristeza de no poder seguir jugando y
entrenando con la Selección, por complicaciones y demoras del proceso de
naturalización, sino por el dolor de partir y despedirme de las chicas, especialmente
ya que no sabía si las volvería a ver—ahora hay algunas que veo demasiado
seguido en River... no, mentira chicas, las quiero mucho, son una bendición
enorme en mi vida.
Y aún más reciente, es imposible no mencionar el
apoyo que me han brindado mis compañeras de River a través de mensajes, abrazos
y una bandera enorme desde el día que me lesioné hasta hoy, y sé que podré
contar con ellas hasta que esté de nuevo en la cancha. Son mis hermanas
millonarias.
Son momentos así que me vienen a la mente cuando
pienso en el fútbol, mucho más que imágenes de partidos ganados o perdidos, que
las sensaciones temporales de frustración o de alegría, que recuerdos de
entrenamientos innumerables. Las amistades, para mí, son la esencia del fútbol,
y doy gracias a Dios por haberme dado la oportunidad de conocer y de aprender
de tanta gente maravillosa a través de este deporte hermoso.
Las extraño mucho, que lindo que será volver a festejar con ustedes, mis hermanas millonarias (Foto: Guillermo Larroquette) |
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