Wednesday, September 3, 2014

Una relación futbolera: amor, pasión y amistad

Después de haber leído mi última publicación es muy probable, y más aún para los que no juegan al fútbol o que no tienen una relación directa con el fútbol femenino, que se estén preguntando ¿pero, qué tiene esta mina con el fútbol? ¿Por qué se apasiona tanto por un deporte que aún siendo el más popular del mundo, al fin y al cabo es un deporte cualquiera?

Podría decirte que es por la competencia, esa adrenalina que surge cuando salís a la cancha, saludás al rival y esperás ansiosamente a que el árbitro señale el comienzo del partido, esa emoción que se apodera de vos que sigue una atajada espectacular en que dejás en silencio a la hinchada rival que había empezado a gritar el gol un poco temprano, esa sensación de alegría total después de ganar un campeonato, un clásico, un partido peleado. Podría decirte que es por las enseñanzas de vida que el fútbol te otorga como el trabajo, la dedicación, la salud corporal, la puntualidad, la paciencia y el esfuerzo puro. Hasta podría decirte que es por el reconocimiento que viene de ser mujer deportista pero ahí ya te darías cuenta de que te estaría mintiendo.

No digo que esos motivos no sean válidos ni que no sean una parte importante de mi amor al fútbol, pero ninguno de ellos es la razón principal—reconozco que el amor a veces no entra en la razón, pero a veces sí, como en este caso. Si mi amor al fútbol fuera por las razones que mencioné arriba, hubiera dejado de jugar hace muchos años, capaz no hubiera terminado de jugar mis cuatro años en la universidad. No, si fuera por eso, seguramente no estaría escribiendo este blog, viviendo en la Argentina y jugando en River Plate, estaría estudiando medicina en alguna facultad de los EEUU, lo cual tal vez hubieran preferido mis viejos... pero eso es otra historia... ¿Por qué digo todo esto?

Este fin de semana me vino a visitar mi mejor amiga, otra jugadora que, como yo, todavía no está lista para dejar el fútbol. Nos conocimos en mi primera universidad, University of South Florida, donde estudié dos años antes de cambiar de universidades para terminar mi licenciatura en Rice University (no, no está nombrada por la comida sino por el hombre que la fundó). No fuimos amigas desde el principio, tardamos un poco en darnos cuenta de que teníamos un montón en común—nuestra fe, la manera de pensar, objetivos, valores, humor (bueno, eso me gustaría creer pero la realidad es que ella es mil veces más graciosa que yo), dentro de muchas otras cosas, pero en la cancha el asunto era otro. Ella jugaba de titular en el mediocampo, fue nombrada capitana después de estar solamente cuatro meses en el equipo, fue figura constante durante sus cuatro temporadas mientras que yo tuve un lugar mucho más marginado como arquera suplente durante mi tiempo ahí. Sin embargo, nos hicimos amigas y desde entonces, a pesar de los años que pasan, los kilómetros, océanos y continentes que nos separan, nuestra amistad sigue creciendo. Cuando nos juntamos, como pasó este fin de semana, es como si no nos hubiéramos separado nunca, y ya han transcurrido casi dos años desde la última vez que nos vimos. La considero una hermana, una bendición de Dios, estamos unidas por una relación estrecha y la cual, estoy segura, durará toda la vida; una relación que surgió gracias al fútbol y a pesar de las diferencias entre nuestras carreras futbolísticas universitarias.

Bueno, todo esto por decir que, para mí, el fútbol es especial sobre todo por las relaciones que genera. Nombro a esta amiga como un ejemplo, pero te podría contar de cualquier cantidad de otras amistades y relaciones futboleras que me han influenciado y moldeado de alguna forma.

Me acuerdo de cómo boludeaba y jugaba con mis compañeras del equipo de secundario.

Pienso cómo en Rice, a pesar de haber sido los peores dos años futbolísticos de mi vida, conocí a amigos, profesores y mentores que me inspiraron, me desafiaron, me quisieron y que hasta hoy lo siguen haciendo.

Recuerdo claramente cuando el avión despegó en el aeropuerto internacional de Buenos Aires en 2011, alejándome de mi segunda experiencia de entrenamiento con la Selección Argentina Femenina. Veo como si fuera hoy cómo se me caían las lágrimas, no por la tristeza de no poder seguir jugando y entrenando con la Selección, por complicaciones y demoras del proceso de naturalización, sino por el dolor de partir y despedirme de las chicas, especialmente ya que no sabía si las volvería a ver—ahora hay algunas que veo demasiado seguido en River... no, mentira chicas, las quiero mucho, son una bendición enorme en mi vida.

Y aún más reciente, es imposible no mencionar el apoyo que me han brindado mis compañeras de River a través de mensajes, abrazos y una bandera enorme desde el día que me lesioné hasta hoy, y sé que podré contar con ellas hasta que esté de nuevo en la cancha. Son mis hermanas millonarias.


Son momentos así que me vienen a la mente cuando pienso en el fútbol, mucho más que imágenes de partidos ganados o perdidos, que las sensaciones temporales de frustración o de alegría, que recuerdos de entrenamientos innumerables. Las amistades, para mí, son la esencia del fútbol, y doy gracias a Dios por haberme dado la oportunidad de conocer y de aprender de tanta gente maravillosa a través de este deporte hermoso.


Las extraño mucho, que lindo que será volver a festejar con ustedes, mis hermanas millonarias (Foto: Guillermo Larroquette)

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